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martes, 19 de julio de 2011

Estar tranquilo prendiendo fuego

Un recital de Él mató a un policía motorizado

Txt Nicolás Furfaro @nicolasfurfaro / Ph Karen Levin 


La frustración de un penal errado fue suficiente para que la visita de Él mató a un policía motorizado al suelo porteño dejara de ser un plan para transformarse en una necesidad. La gira del nuevo magnetismo, que acababa de llevar un poco de música a algunos recovecos de la Europa en crisis, tenía lo necesario para aliviar las penas. ¿Pero cómo explicarlo con exactitud?

Caminó por la calle Perón con el día de los muertos en sus oídos y algunos zombies a su alrededor. Estaba abstraído, perdido en recuerdos, pensando en la nota de Página/12 que lo había empujado a escuchar a los platenses por primera vez. Cuando llegó al Salón Real creyó estar en un poco concurrido cumpleaños de 15 de la década del ’80, pero fue sólo cuestión de un par de horas para que cientos de personas bajaran las escaleras del lugar y le dieran forma a la nave motorizada.

No despreció el sonido de las bandas teloneras, ¿cómo iba a ignorar a dos de las mejores bandas instrumentales para escuchar en vivo?, pero sólo pudo despertarse definitivamente de la decepción albiceleste cuando Santiago Motorizado miró en susurros al público. Sintió que era una respuesta a la incompresión de Juan José Sebreli y sus hijos indies. “¿Qué habrán sentido el resto de las personas?”, se preguntó.

Unos momentos después estaba moviéndose de izquierda a derecha entre luces azules y rojas. Personas que no conocía saltaban y sonreían a su alrededor."Te persigue la policía, el día de navidad/es la fiesta que te prometí". Le llamó la atención, entre tantas cabezas, la de una chica cuyo pelo convulsionado no permitía ver con exactitud sus rasgos. Sin embargo sintió que ya había hablado varias veces con ella y, sin verla, conoció bastante bien su cara.

Pero, claro, no se había olvidado de su duda. Quería saber qué había sentido el resto de las personas. “Todo el día pensando”. Abandonó el centro del movimiento y recorrió el lugar. Desde el costado de la barra del fondo, en donde algunos todavía compraban cervezas y alfajores de dulce de leche, hasta el escenario. Le preguntó a unas veinte personas qué era la música de Él mató. Estuvieron los que lo miraron con caras confundidas y requirieron una explicación, y los que directamente eligieron ignorarlo al suponer que estaba dominado por alguna droga.

“Son pocas palabras y grandes historias”. “Es para saltar y sentir”. “Es alentar al chango, al Niño Elefante, a Pantro Puto y a Doctora Muerte mientras corren por toda la cancha”. “No sé, es música”. “Es un auto en la ruta”. “Es un hijo entre The Strokes y Dos Minutos”. Las pistas fueron diversas y bastante amables si se considera que de fondo sonaban canciones como Diamante y Mi próximo movimiento. Con esta última, finalmente, después del pequeño corte previo al bis, no pudo evitar sumarse otra vez a la masa electrizada.

Fueron los minutos más largos de la noche. Cuando tocó su remera se dio cuenta que estaba mojada, como la primera vez que los había visto, en La Trastienda. En ese entonces la trilogía de EPs (el rojo, el verde y el azul) estaba recién terminada, y los temas nuevos, como Mujeres bellas y fuertes, no existían o solo eran ideas lejanas.

Sábado en mi cama/y si te invito a jugar me dirás que no/y si te invito a dormir me dirás que no”. El recital tuvo que terminar, como todo. Con un zumbido molesto en los oídos miró a su alrededor y vio otra vez a la chica del pelo convulsionado. Estaba sola, casi inerte. Pensó, entonces, que podía hacer la pregunta una vez más. 

- ¿Qué es la música de Él Mató para vos? – le dijo, algo dubitativo, mientras el público empezaba a darle la espalda al escenario.
- ¿Eh? – respondió, sin entender.
- Es para una revista. ¿Qué sentís que es la música de Él Mató? – necesitó repetir, esta vez cerca de su oído. Ella lo miró, confundida. Él movió apenas su cabeza, para ratificar la pregunta.
- Es, no sé… es el espacio. El Rock Espacial, como la canción del primer disco.

Y ahí terminó de entenderlo. Todo eso era estar acostado de espalda en una cancha de fútbol 5, con las respiración entrecortada y los gritos de gol todavía rebotando entre las paredes; o en una terraza, con los ojos puestos sobre la inmensidad del cielo negro y estrellado, del universo que da miedo y enamora. La constante y hermosa contradicción entre la nostalgia y la alegría. El romanticismo.

Sus canciones necesitaban muy pocas oraciones para contarle una historia diferente a cada persona. Algo muy paradójico para él, que tenía que escribir tantas letras para poder explicar algo simple. Caminó por Perón y por la 9 de julio mientras encontraba las mejores palabras. Eran las 3 de la mañana. Los autos tenían otra luz.


Algo más

Dietrich




Él mató a un policía motorizado volvió a charlar con el público porteño, pero como de costumbre no lo hizo en soledad. A la reunión cósmica también asistieron algunos de los mejores exponentes de la escena independiente: Dietrich, que ofició de introducción y mostró que sabe caminar con firmeza las calles de Explosions in the sky; Reno y los cástores cósmicos, que adelantó la fuerza de su tercer y recién salido disco; y Go-Neko!, que con uno de los mejores bateristas del ambiente repasó su placa grabada en 2009 pero editada este año, Los malos de verdad.




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