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lunes, 20 de agosto de 2012

Behind the music · Eduardo Bergallo

El ingeniero de sonido que lleva más de veinte años trabajando junto a grandes figuras del rock opina sobre la compleja situación de la industria musical y las bandas del under local.

Txt. Gonzalo Sánchez Segovia - @gonzalo_ss | Ph. Ezequiel Sambresqui

“No me queda nada por hacer en cuanto a rubros distintos que sean relativos a la música”. El que habla es Eduardo Bergallo, a primera escucha este nombre puede no decir mucho pero, si se afina un poco el oído, es muy probable que esas dos palabras sean invocadas por la mayoría de los músicos de rock y pop argentino y latinoamericano. 

Eduardo descubrió lo que quería hacer cuando era adolescente. Tendría unos 13 años, en la segunda mitad de los setenta, y sentado en su cuarto escuchaba Closer to the edge, de Yes. En la contratapa del vinilo vio que había alguien más además de los cinco músicos. “¿Quién será?”, se preguntó. Más tarde, averiguó que era Eddie Offord, productor e ingeniero de sonido que trabajó con varias de sus bandas favoritas. “Ahí fue cuando supe que había otro personaje involucrado aparte de los músicos. Siempre me gustó la parte técnica. Si bien no lo había vivido, me imaginaba que esa situación de control estaba buenísima, y a los 16 años pude entrar en un estudio a ver una grabación y flasheé. ‘Es acá’, pensé”.

Estudió ingeniería electrónica en la UBA y luego se anotó en un curso de un estudio que pertenecía al músico David Lebón, donde a los dos meses empezó a trabajar como asistente y no paró más. Trabajó con Soda Stereo en discos y en vivo desde 1990 hasta la disolución de la banda; grabó con artistas tan diferentes como Charly García, Gustavo Cerati, Shakira y grupos nuevos como El Mató a un Policía Motorizado y Rubín y los Subtitulados; en 1994 instaló en Buenos Aires Puro Mastering, el primer estudio de mastering de Latinoamérica y, en 2005, Revólver, ambos diseñados por él; y además es docente en la carrera de ingeniería de sonido de la UNTREF.

Sentado detrás de la consola le dio forma a discos emblemáticos y su ta-lento como ingeniero de grabación empezó a ser valorado. “A diferencia de otras manifestaciones artísticas, el músico necesita colaborar con un productor o ingeniero para poder mostrar su obra. Nuestro trabajo nunca influyó tanto como hoy, se puede modelar mucho lo que pasa en el estudio, pero trato de rescatar la esencia de lo que estoy grabando. Si bien se puede decir que tengo un sello, trato de potenciar al músico, me meto en eso y lo pulo hasta que brilla”, explica Eduardo, que participó en la creación de más de 1.200 álbumes.

Para una banda, hacer un disco es un paso importante. Gracias a la era digital ese proceso parece haberse simplificado bastante: ahora cualquiera puede grabar un disco en su casa, supuestamente es más barato y el resultado que se alcanza es decente. Pero Eduardo desconfía de esa metodología: “Grabar en tu casa o en un estudio casero no es necesariamente más barato, es más fácil de financiar. Alargó mucho los tiempos. Hay bandas que tardan seis meses en grabar algo que suena mal y encima les salió mucha plata. En un estudio, con buen ingeniero, lo haces en cuatro días ¿Cuánto podes tardar si tenés la capacidad de grabar a todos al mismo tiempo? El problema es que para hacerlo de esa manera hay que ensayar un montón”, asegura.


El proceso de grabación se divide en tres etapas, donde el ingeniero se involucra en los detalles del audio, pero sin perder la sensibilidad artística propia y lo que el músico desea: “En la grabación elegís dónde, qué y cómo. En la mezcla se elije la forma en la cual mostrás la canción, valorizar algunos elementos más que otros, hacerla más rockera o más suave. Y el mastering es un control de calidad. El resultado cambia de acuerdo a cómo lo hagas”. Hace ya varios años que decidió grabar a la antigua, como en las décadas de los sesenta y setenta, todos tocando al mismo tiempo y con un tratamiento puramente analógico del sonido. “No porque todo tiempo pasado fue mejor, sino porque nada sustituye la química que produce grabar a una banda de rock en vivo”, justifica.  


También cuenta que los músicos ya no practican lo necesario para conocer al instrumento como se debe, y los que sí lo hacen, igual tienen trabas para crecer, porque la industria funciona de una manera que no los favorece.  “Veo gente que tiene buenas ideas pero que no puede sacarlas para afuera porque no sabe tocar. Es un trabajo mixto de creatividad y práctica”, opina, y sigue: “Por otro lado, no hay managers, los artistas empezaron a auto gestionarse y les cuesta salir adelante. En otros países hay marcas grandes que organizan festivales para bandas chicas. Acá no, las marcas grandes ponen la plata para festivales gigantes donde todo está manipulado. La carrera de los músicos es larga y difícil, algunos se la bancan y otros no”.

En 2009 presenció cómo la disquería Virgin Records, en el corazón de Time Square, remataba sus productos y cerraba sus puertas para siempre, lo cual lo lleva a reflexionar sobre la crisis que vive la industria musical: “El año que viene se dejan de fabricar CD’s, ni las laptops traen reproductores ya. Todo lo que sufrió la música en los últimos años fue un proceso de vaciamiento artístico, se transformó en algo meramente comercial. Sigo pensando en el disco como un objeto artístico y creo que en unos años va a surgir un formato que vuelva a valorizar el contenido, probablemente el vinilo. Todavía hay gente que se sienta a escuchar música”.

A pesar de todo esto, Eduardo cree que lo mejor que puede hacer un ingeniero es buscar bandas para grabar: “La mejor inversión es encontrar artistas talentosos. Si lo hacés, tu trabajo se potencia un montón. Si ves una banda en vivo que hace algo buenísimo, te metés de alguna manera”.



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