Txt. Gonzalo Sánchez Segovia - @gonzalo_ss | Ph. Iara Kremer - @iar_
Daniel Johnston espera en la pi-zzería Kentucky en la esquina de Santa Fe y Anchorena, lo acompañan su hermano Dick -una especie de road manager- y algunos organizadores. Son las ocho de la noche de un lunes, hace sólo cuatro horas que llegó al país y se prepara para firmar discos y libros en la comiquería Moebius de la Galería Patio del Liceo. A media cuadra, cientos de fans, suficientes para convertir la galería en un caos, lo esperan ansiosos desde hace horas. Entre ellos, oficinistas, chicas con crestas violetas, chicos con anteojos de marco grueso e historietistas locales como Liniers, Power Paola y Gustavo Sala, un público heterogéneo que rastrea con devoción religiosa todo el material relacionado con el artista. Siempre autorreferencial, su obra incluye letras sinceras y dolorosas sobre corazones rotos, encuentros con el Diablo y pasajes extremos de su vida desde una mirada híper sensible.
A pesar de los 26 grados, Johnston viste un polar azul y pantalón de jogging. Lleva el pelo blanco despeinado, barba de algunos días y parece ajeno a la multitud que se empuja para verlo. Sólo quiere comprar historietas en Moebius antes de atender a sus fans, que miran la muestra montada con obras originales y se niegan a desalojar el lugar. Johnston observa concentrado los anaqueles, apila libros y revistas en sus brazos e intercambia palabras sueltas con sus seguidores. Mientras la marea de personas lo aplaude, él se pasea muy tranquilo. “Nunca había estado en Sudamérica, la gente es muy amigable y la estoy pasando bien. Es muy cool, muy divertido y mis fans son muy amables”, le dice a Cultra, con su voz aniñada y frágil, algo curtida por los años y el cigarrillo, mientras firma autógrafos. También aprovecha para hablar de su obsesión por las historietas: “Compro cómics todo el tiempo. Edité un libro el año pasado (Space ducks) y me gusta ver cómics todo el tiempo. Es en todo lo que puedo pensar, sólo cómics. Trato de parar un poco pero no puedo. Acá en Moebius conseguí algunos underground muy cool que son difíciles de encontrar”.
"El próximo álbum será Ducks at war. Es un cómic y también una canción del nuevo álbum. Sólo espero
pegarla algún día"
Aunque muy pocas veces mira a los ojos, Johnston es directo, dice lo que piensa con frases cortas, sin vueltas ni adornos. Pareciera que su mente transita un sendero alternativo al camino convencional, pero de todas maneras se lo nota consciente de lo que está sucediendo a su lado y se la banca. Cuando Cultra le pregunta por lo que inspira sus próximos trabajos, responde: “Pretty gross (bastante asqueroso). El próximo álbum será Ducks at war -abre bien los ojos, remarca cada palabra y se ríe-. Es un cómic y también una canción del nuevo álbum. Sólo espero pegarla algún día. Trabajamos en el disco durante un año, nos tomamos un buen tiempo. Es mi favorito hasta ahora, creo que le va a gustar a todos”. Hay demasiada gente y el calor empieza a ser insoportable. A esta altura es claro que no va a poder firmar tantos libros. Incluso, ya debería estar ensayando con la banda de músicos locales que lo acompañará en sus recitales. “¿Terminamos? ¡Gracias a todos! Nos vemos en el show, ¿van a venir?”, saluda.
La referencia obligada para introducirse en el mundo Johnston es el docu-mental de Jeff Feuerzeig, The Devil and Daniel Johnston (2005), que muestra su infancia como el menor de cinco hermanos de una familia católica y conservadora estadounidense, sus primeras grabaciones caseras tocando el piano en su habitación (se lo considera uno de los iniciadores del lo-fi), sus dibujos en las paredes del colegio secundario y el amor no correspondido por Laurie, una compañera de universidad que fue una de sus principales fuentes de inspiración durante años. También cuenta la fama que consiguió en Austin, Texas, gracias a los casetes que repartía mientras trabajaba en un McDonald’s y sus internaciones psiquiátricas debido al enfermedades mentales (trastorno bipolar y esquizofrenia), que lo fueron separando cada vez más de la sociedad. Para Johnston, la masividad llegó de la mano de uno de sus fans más conocidos, Kurt Cobain, que usó una remera con la tapa de su disco Hi, how are you? (1983) para la entrega de los premios MTV, en 1992.
En entrevistas, Johnston suele dar a entender que preferiría quedarse dibujando y que las giras son sólo su forma de ganarse la vida. Su hermano Dick, cuenta: “Somos home buddies, nos gusta quedarnos en casa. Pero lo que lo saca de gira es la chance de ir a comprar historietas”. También explica por qué tuvo que posponer su gira sudamericana (su visita al país estaba prevista para el 8 de marzo): “Fue hospitalizado durante cinco días, y como es diabético le toma un tiempo recuperarse. Está muy bien ahora. A veces se vuelve una locura con los fans, como hoy, pero es agradable ver que tiene tanto éxito. Estoy seguro de que ama todo esto, le encanta la atención. Siente el amor y, con suerte, lo demostrará en los shows”.
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